Aunque nos resulte difícil de aceptar, muchos de los avances de la ingeniería civil se han cimentado sobre fallos previos. Y por desgracia, así seguirá sucediendo.

Hace ahora justo un mes, casi 200.000 personas fueron evacuadas en el norte de California por el peligro inminente por desbordamiento de la presa de Oroville. Las imágenes del aliviadero principal dañado y de las aguas vertiendo sobre el aliviadero de emergencia—que a punto estuvo de colapsar desencadenando la evacuación—dieron la vuelta al mundo. Afortunadamente las lluvias cesaron, se pudo disminuir el nivel del embalse, y los evacuados pudieron volver a sus casas 2 días después. Pero, ¿por qué se llegó a esta situación límite? Y lo que probablemente nos importa más, ¿podría suceder algo parecido en España?

California y España comparten un desarrollo histórico similar en cuanto a infraestructura hidráulica se refiere. Este desarrollo floreció especialmente en el segundo tercio del siglo XX con la construcción de multitud de presas y canales para incentivar la economía agraria, aunque también para evitar inundaciones. No es casualidad, dado que tienen tamaños semejantes, que tanto España como California tengan unas 1,200 grandes presas. Con climas parecidos, también coinciden las proyecciones en cuanto a los efectos del cambio climático sobre los dos territorios: se está produciendo un incremento de temperaturas significativo, y aunque no se aprecia una variación de la precipitación promedio, si se esperan sequías más duraderas y episodios lluviosos más intensos.

Con todas estas semejanzas, la crisis de la presa de Oroville nos debe dar la oportunidad para reflexionar sosegadamente sobre el estado y conservación de las presas españolas, así como de su gestión. Los principales factores que debemos tener en cuenta para evitar mayores riesgos son los siguientes:

  • La infraestructura hidráulica está envejeciendo: la mitad de las presas españolas tiene ya más de 50 años. Este factor incrementa los riesgos asociados pues los criterios de diseño de algunas de estas presas han quedado obsoletos por los avances tecnológicos que se han producido, y porque el envejecimiento produce un desgaste de materiales e instalaciones que puede llegar a comprometer la seguridad de la presa—como pasó con la presa de Oroville. Con estas condiciones de envejecimiento, España debería tomar nota de que es necesario desarrollar un plan general de conservación de presas para el control y minimización de riesgos, y que necesariamente debe acompañarse con una inversión económica adecuada.
  • Los efectos del cambio climático están incrementando los riesgos a los que se ven expuestos estas infraestructuras: Estas obras de ingeniería se diseñaron considerando unas condiciones climáticas basadas en un pasado histórico que ya no son las que tenemos hoy. El incremento de las temperaturas está generando que parte de la precipitación que antes caía en forma de nieve en las zonas altas de las montañas esté cayendo ahora en forma de lluvia. Y mientras la nieve de las zonas altas no se convertía en escorrentía hasta el deshielo primaveral, cuando la precipitación cae en forma de lluvia, los embalses tienen que ser capaces de absorber mayor cantidad de agua en menor tiempo, cosa que no se tuvo en cuenta durante su diseño. Este es uno de los hechos que puede estar detrás de la crisis de la presa de Oroville y que nos debe servir para repensar la adaptación de la gestión de los embalses a los efectos del cambio climático.
  • España debe actualizar su legislación: aunque resulte difícil de creer, la Instrucción que regula el diseño, construcción y explotación de grandes presas en vigor fue aprobada en 1967. Esta Instrucción fue complementada por un Reglamento técnico aprobado en 1996, y no es hasta 2008 cuando se dispone la elaboración, redacción y aprobación de tres normas técnicas de seguridad de presas que deben sustituir a la Instrucción de 1967 y al Reglamento de 1996. A día de hoy estas normas, cuyos borradores fueron redactados en 2010 y sometidos a un proceso de participación pública en 2011, siguen sin estar aprobadas. Además, es sorprendente que en ninguna de estas tres normas se mencione ni una sola vez la necesidad de adaptar la gestión de los embalses a los efectos del cambio climático.

La alarma creada por la crisis de la presa de Oroville ha puesto el foco en el envejecimiento de la infraestructura hidráulica, la insuficiente inversión en conservación, y los cambios en los patrones climáticos producidos por el calentamiento global. Aunque California no quede tan cerca, seríamos ingenuos si no entendemos que estos mismos hechos están afectando a nuestras presas. Debemos pues tomar nota y actuar cuanto antes para evitar riesgos que en nuestro país ya han causado centenares de muertos y pérdidas multimillonarias en un pasado no tan lejano.